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AMOS, EL PROFETA DE LA JUSTICIA

 

 

 

Con la crisis financiera y económica por la que está atravesando el mundo actualmente, ha quedado claro que el tener el dinero como ídolo es lo que causa los problemas, las desigualdades, el hambre y la miseria en el mundo.

 

La mayoría de los analistas están de acuerdo en que el ansia de acumular y de aumentar irresponsablemente el capital ha sido la causa de esta crisis mundial, que traerá sus consecuencias sobre todo a los países pobres. Algunos llegan a decir que es el fin del neoliberalismo y otros se atreven a afirmar que inicia la crisis del capitalismo.

 

La magia financiera se ha mostrado como una mentira y las normas que los organismos económicos internacionales recetaban a los países han quedado en pleno desprestigio, porque para tratar de resolver la crisis los países, Estados Unidos a la cabeza, han tenido que actuar al margen y en sentido contrario a lo que el FMI y el BM presentaban como los caminos para crecer económicamente y resolver el problema de la pobreza y la desigualdad.

 

Hoy más que antes es actual el mensaje del profeta Amos. Que denuncia el pecado de los poderosos y pide justicia para el pobre, el huérfano y la viuda.

 

Amos, es un profeta, que a pesar de su corto período de profetismo y su pequeño libro de oráculos, es importante, porque es el primer profeta que además de comunicar de palabra lo que Dios le manda decir a Israel, escribe sus oráculos, pero sobre todo, porque tiene muy presente la realidad económica, política y religiosa del Reino del Norte y sobre ella profetiza.  Es el profeta cuyo mensaje tiene como centro la justicia y la defensa del derecho de los pobres.

 

Amós nació en Técoa, un pueblecito a unos 20 kilómetros al sur de Jerusalén.  El trabajaba en el campo, cuidando vacas y cultivando higos. No se tiene claro si eran suyas o trabajaba para otro. Lo importante es que no era de familia de profetas y por tanto, no se ganaba el pan profetizando, como lo hacían muchos otros profetas.

 

Dios le envía al reino del Norte: Israel. (Desde el año 931 a.C., el reino que David había conquistado se dividió. El reino del Norte se llamó Israel y el del Sur, Judá).  El período en que Amós profetizó fue entre el año 760 y 750 a. C., en tiempos del Rey Jerobián II.  Este rey logró una situación de prosperidad para su pueblo. Esta riqueza no estaba compartida por todos, sino por unos cuantos que eran los que estaban más cercanos a él.

 

Los poderosos adquirían sus riquezas a base de injusticias, compraban tierras a bajo precio, por lo que el latifundismo se extendió; abusaban en el comercio, prestaban a altos réditos, por un par de sandalias que un pobre no podía pagan, lo hacían esclavo,  los que administraban la justicia se vendían por dinero.  A esto se añadía el que rendían culto a los dioses de los cananeos, al mismo tiempo que a su Dios, Yahvé.  Pensaban que haciendo peregrinaciones y ofrendas en los Santuarios de Guilgal y Betel, tendrían a Dios de su parte, o sea, que El no se fijaría en las injusticias que cometían.

 

Amós denuncia las acciones de los ricos contra los pobres, y el grande contraste entre los pocos que tenían mucho y los muchos que tenían poco.  Dios decía que  no estaba de acuerdo con este modo de actuar.  Además denuncia el culto vacío que le rendían, porque su fe estaba separada de sus obras.

 

Invita a la conversión, a buscar a Yahvé, “busquen a Yahvé y vivirán” les decía.  “Hagan el bien y no el mal”, “respeten el derecho del huérfano y de la viuda”.  Pero el pueblo, sus gobernantes y sus sacerdotes cerraron sus oídos a esta palabra de Dios y no se convirtieron, por lo que Amós anunció amenazas de parte de Dios.

 

Como era de esperar, las autoridades no soportaron esta palabra profética y persiguieron y desterraron a Amós a su tierra. Amasías que era sacerdote del santuario de Betel, propiedad del Rey, se enfrenta a Amós y le dice que se vaya a otro lado a ganarse la vida profetizando. Amós le dice que es profeta no por ganar dinero, por cuestión de dinero, porque él no es de familia de profetas, que él es pastor y cultivador de hijos, que si profetiza es porque Dios le envió y él en obediencia a él, está comunicando su mensaje. El rey Jeroboán II destierra al profeta y después de esto no se sabe nada de él.

 

También ahora es culto vacío el que se rinde a Dios cuando está alejado de una vida de justicia, solidaridad.  Amós es un profeta que nos dice que Dios no se deja sobornar.

 

Los cristianos no tendríamos que encerrarnos en el aspecto religioso, eclesial de la vida cristiana, sino más bien  vivir atentos a la dimensión social, económica y política de la vida. Ayudar a superar el más grande drama de la vida cristiana hoy: el divorcio entre la fe y la vida.

 

Amós es un profeta atento a las realidades de su pueblo.  Nosotros, que somos profetas desde nuestro bautismo, tendríamos que estar atentos a la realidad local, estatal, nacional y mundial que vivimos y en ella saber encontrar a la luz de la fe, la palabra de Dios, que nos pide fraternidad, justicia, amor. 

 

Se necesitan profetas como Amos, que sepan seguir adelante en su misión a pesar de los problemas y dificultades con que se encuentren.  Cuánta esperanza y perseverancia se necesitan hoy para vivir de cara a la realidad económica, política y social.  Cuánta fortaleza para vencer los obstáculos. Esta fortaleza no nace de la valentía personal, sino que la da Dios.  El dice: “No temas, yo estaré contigo”.

 

Se necesita la organización del pueblo que viva un nuevo proyecto de justicia y fraternidad. Para este tiempo, se necesita tener una espiritualidad como la de Amós, que una la fe con la vida, que anuncie un proyecto de nación en la justicia, en la igualdad y que denuncie las injusticias y la corrupción de los poderosos.  Que a pesar de todo, no trance, por intereses personales.

 

 

 

 

REFLEXIÓN SOBRE LA CRISIS ALIMENTARIA

 

 

INTRODUCCIÓN.

La Asociación Teológica Ecuménica Mexicana (ATEM), atenta a las realidades humanas, ha creído necesario decir una  palabra que invite a la reflexión y al compromiso ante la situación de despojo de los bienes más elementales para la vida digna, por la que atraviesa nuestro país y el mundo. Como cristianos no podemos permanecer callados ante la “crisis alimentaria” causada por la voracidad de los poderosos  y que está provocando hambre y  miseria para millones de seres humanos.

 

I.- LA BORACIDAD DEL SISTEMA DE MERCADO.

El sistema neoliberal globalizado con sus leyes del Mercado y de lucro está ocasionando la muerte de personas, que viven en la miseria y  no tienen lo necesario para poder vivir dignamente por estar excluidos de los bienes del progreso. Hay gente que no sabe si mañana encontrará qué comer, o si se quedará sin techo, o cómo hará para sobrevivir si se enferma o sufre un accidente; si mañana perderá el empleo, o si será obligada a trabajar el doble a cambio de la mitad, o si su jubilación será devorada por los lobos de la bolsa o por los ratones de la inflación. Existen ciudadanos que no saben si mañana serán asaltados a la vuelta de la esquina, o si les desvalijarán la casa, o si algún desesperado les meterá un cuchillo en el estómago; existen campesinos que no saben si mañana tendrán tierra que trabajar y pescadores que no saben si encontrarán ríos o mares no envenenados todavía. Hay personas y países que no saben cómo harán mañana para pagar sus deudas multiplicadas por la usura.

 

Hasta hace veinte o treinta años, la pobreza-miseria que trae hambre, se consideraba fruto de la injusticia. Ahora la pobreza, según la lógica del Mercado, es el justo castigo que la ineficiencia merece, o un modo de expresión del orden natural de las cosas, o el sacrificio que supone el progreso concentrador y consumista hegemonizado por unos cuantos privilegiados.  El hambre puede merecer ahora lástima, pero ya no provoca indignación: hay pobres por la ley del mercado o la fatalidad del destino.

 

Los medios de comunicación, que muestran la actualidad del mundo como un espectáculo fugaz, ajeno a la realidad y vacío de memoria, bendicen y ayudan a perpetuar la organización de la desigualdad creciente. Nunca el mundo ha sido tan injusto en el reparto de los panes y los peces, pero el sistema que rige, y que ahora se llama  pudorosamente economía de Mercado, se sumerge cada día más en un baño de impunidad.

El Mercado siembra miedo. Y el miedo crea clima de pasividad y entrega incondicional a las políticas de los gobiernos. La televisión se ocupa de que las torres de Nueva York vuelvan a derrumbarse todos los días. El Mercado predica la libertad, pero crea monopolios y somete a las leyes de la oferta y la demanda. La riqueza se concentra en manos de pocos, en nombre de la seguridad universal. ¿Y de qué seguridad se trata, si la gente vive en total incertidumbre, y ni siquiera se tiene la seguridad de existir?

 

 

II.- LA CRISIS ALIMENTARIA.

 

Vivimos actualmente uno de los momentos más dramáticos de la humanidad: la crisis financiera, que está poniendo en evidencia la ineficiencia del sistema de economía de Mercado,  que afecta los capitales de los países ricos,  pero que tiene repercusiones graves en las economías de los países pobres; y la crisis alimentaria que afecta directamente la vida digna de millones  en el planeta.

 

Los alimentos se están escaseando y están fuera del alcance de los pobres a quienes no les alcanza para comprar lo necesario para alimentarse. Son ya 820 millones de África, América Central (Haití, Nicaragua, Guatemala), Asia (India, Afganistán, Bangladesh), que están en situación de hambruna. En México son 40 millones los que están en la categoría de miserables y pasan hambre, entre los que se cuentan los indígenas.

Las grandes compañías trasnacionales procesadoras de alimentos están encareciendo los granos: maíz, arroz, trigo, soya… Los están concentrando y almacenando para especular con ellos.  Mientras los pueblos pobres no tienen con qué alimentarse.  En nuestro país los productos de la canasta básica han aumentado un 30%, en este año, mientras que los salarios no han subido.

En los países de América Latina, los capitales privados de las agro-empresas están produciendo para la exportación y su objetivo es la ganancia y la concentración del capital. Ellas son las que determinan las políticas de producción  en el campo. Los pequeños productores han visto disminuidas sus ganancias y las oportunidades de comerciar sus productos, lo que hace que abandonen el campo porque no sacan ni para su subsistencia.  Los gobiernos en lugar de dar derramas de dinero al campo, piensan en la importación de alimentos para solucionar el problema del abasto, poniendo en peligro la soberanía alimentaria de los países. A lo sumo, ponen en marcha programas de compensación social que son meras limosnas a los campesinos, que no aguantando la situación, optan por la emigración a las grandes ciudades, a los Estados Unidos, a la Unión Europea, a Australia, y Japón.

La crisis energética está ligada a la alimentaria.  Los energéticos se encarecen cada vez más y los países buscan alternativas para substituir el petróleo por otros combustibles, que sean más baratos, menos contaminantes y que estén menos politizados que el oro negro. Esta alternativa la están ofreciendo los biocombustibles, extraídos del maíz, de la caña de azúcar y de otros granos, lo que hace que se dediquen millones de toneladas a la producción de etanol y se le arrebaten a la alimentación de las personas. Esto causa la especulación de los alimentos, que escasean cada vez más y suben de precio. Ahora es más importante alimentar los automóviles y los animales que las personas.

Los países ricos dicen estar preocupados por la situación porque ven amenazado el sistema que los beneficia y  amenaza con llegar a límites insospechados, pero son ellos mismos lo que con sus leyes del Mercado han causado y siguen causando la exclusión y el hambre.  Los organismos internacionales (ONU, FAO, FMI, BMD, OMC) están buscando alternativas a la crisis alimentaria, pero no llegan a ponerse de acuerdo y cuando lo logran, siempre hay países que se oponen y echan abajo los acuerdos alcanzados. Su objetivo es defender el sistema que les proporciona sus cuantiosas ganancias y no el de solucionar la situación de los pobres. Las políticas de apoyo incondicional al capital privado, trasnacional son las causantes de esta situación.

 

III.- LA PROPUESTA DE JESUS.

1.       EL COMPARTIR.

Toda esta situación es contraria al proyecto del Reino de Dios, anunciado y hecho presente por Jesús, que no admite estas escandalosas desigualdades.  La lógica del compartir contradice la lógica del acumular.

En el pasaje de los panes y los peces (Mc 6,30-42), ante el problema del hambre aparecen claramente dos lógicas de solución: la de los discípulos, que preocupados por el hambre de la gente, piensan en comprar pan, pero no les parece posible porque no tienen los recursos suficientes. Por tanto, proponen el mandar a la multitud a sus casas para que ellos mismos solucionen su problema.    Y la de Jesús que es la de compartir.  Primero hace responsables a los discípulos de buscar  solución al problema del hambre, y luego les muestra el camino del compartir, que soluciona el problema con creces, ya que no únicamente ajusta, sino que sobra.

La lógica de los organismos internacionales que están a favor de los intereses de los poderosos, que han creado la crisis  por su desmedido afán de lucro, es la de los discípulos: el dinero para comprar víveres para los pueblos que están sufriendo la hambruna. Por tanto, esta lógica ni soluciona el problema de hecho, ni está conforme a la lógica de Cristo. La solución no está en el comprar y luego dar migajas a los pobres, sino en el compartir en la justica y la fraternidad. Esto es lo que tendríamos que hacer. El camino de los poderosos tendría que ser el de Zaqueo (Lc 19,1-10) que al sentirse tocado por la presencia de Jesús, comparte sus bienes, entre los pobres y entre los que había defraudado, lo que significó abandonar el camino de la explotación.

El Reino de Dios se hace presente en los pequeños signos que ponen los pobres (Mt 11,4-6). De la pobreza compartida brota la vida digna al estilo de Jesús, que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Cor 8,9).

 

2.      EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA.

 

En la oración del Padre nuestro, el Señor Jesús enseña a pedir por lo  estrictamente necesario ( Q; Lc 11.3/Mt 6, 11). El pan tiene un sentido comunitario, el creyente no es propietario del pan, el cual es dado para compartir. El pan es una cosa preciosa, el pan forma parte de la creación, por lo tanto tiene una función social.

 

Danos hoy: Dios se manifiesta en el presente, en la realidad cotidiana, en la dádiva del pan necesario. Tener lo necesario para vivir dignamente es lo que pedimos al Señor, esto lleva a no estar demasiado preocupados por el alimento y por el vestido, a tal grado que lleguemos ser capaces de arrebatarlo de las manos de los pobres, para asegurarnos el futuro.

 

Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. La sexta bendición del libro judío es la condonación de las deudas. ¿Existe una relación entre la petición del pan y la petición del perdón? El pecado deshace el tejido comunitario; el pecado no tiene una calidad moral. El desorden moral es el síntoma o la manifestación de la separación de Dios, de la pérdida de la relación con El. Es por eso que el creyente tiene necesidad tanto del perdón como del pan. El perdón está en el centro de la predicación y de la oración de Jesús, el perdón consiste en el hecho de restablecer la condición del individuo, porque es un acto creador de vida y de la comunidad, del perdón reconcilia con Dios con los hermanos y hermanas.

 

No nos dejes caer en tentación mas líbranos del mal; el mal es una potencia destructora que destruye la vida y el ser humano es totalmente responsable del mal que azota al mundo.

 

La tentación del poder nos ha conducido a crear la desigualdad que provoca un sistema económico en donde existe el explotador y el explotado, en donde el YO ha suplantado al NOSOTROS. El comercio injusto  no es otra cosa que el resultado del mal que hemos permitido y fomentado, que engendra a los malos, que son personas que olvidan a Dios, al Dios justo, proveedor de lo cotidiano, que utilizando esa potencia destructora que es el mal, tan solo se preocupan de su propio bien, que no son capaces de percibir la presencia de Dios en los rostros de aquellos y aquellas que esperan el pan de cada día.

 

Para todos aquellos y aquellas que cayendo en la ideología del consumismo, creyendo que el ser humano adquiere poder en relación a la acumulación de bienes, es necesario pedir perdón para restablecer la paz en ellos mismos, con Dios, y con sus prójimos. Esto nos dará libertad de restaurar nuestra relación comunitaria, el deseo de compartir el pan nuestro, cotidiana y permanentemente.

 

 

3.      EL PAN ES DE TODOS.

 

En la concepción de la persona humana y la sociedad tenemos que partir del principio de la dignidad humana.  El hombre y la mujer tienen una dignidad que los convierte en el centro de la sociedad y principio de derechos que no deben ser violados.  Han sido creados por Dios a su imagen y semejanza (Gen 1,26) y además han sido redimidos por Cristo, quien ha entregado su vida para que todos seamos hijos e hijas de Dios.  Esta dignidad humana debe ser respetada por todos, especialmente por las instituciones sociales y políticas cuyo principal compromiso es el de contribuir al desarrollo integral de la persona.

 

Este principio ha sido adulterado en el sistema de economía de Mercado, porque se consideran más importantes las mercancías, que las personas.  Ya no se les estima tanto como sujetos de derechos, sino como clientes a quienes se les venden objetos que dan ganancia a los productores, como consumidores cautivos y si alguien no tiene la capacidad de producir y consumir, sobra, no interesa en esta sociedad de consumo. En el mundo neoliberal los pobres quedan excluidos, sobran, son invisibles. No importan sus necesidades, porque lo que importa es  la acumulación de capital. 

 

Es por esto que se tiene que recordar con insistencia este principio para poder vivir en una sociedad pacífica, ya que de él se derivan otros principios rectores de la convivencia humana como el destino universal de los bienes.  Dios ha creado todo para bien de todos, no únicamente de unos cuantos. El ser humano no puede prescindir de los bienes porque constituyen la condición básica para la existencia humana.  Esos bienes son absolutamente indispensables para poder responder a las necesidades fundamentales, tales como alimentarse, crecer, comunicarse, madurar y conseguir otras finalidades que son propias de la persona humana.

 

La propiedad privada no es un derecho absoluto, sino que está limitado por el destino universal de los bienes.   La justa distribución de la riqueza es la condición indispensable para el desarrollo de los pueblos y las personas.

 

La solidaridad es el principio que debe ordenar las instituciones sociales.  La preocupación por el bien de todos es fundamental en la sociedad.  La solidaridad implica la promoción y defensa de la dignidad humana y el que todos posean lo necesario para su desarrollo humano integral. Para los cristianos, la solidaridad es la expresión del amor, actitud fundamental del discípulo y discípula de Jesús:  “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber…”(Mt 25, 35). Jesús pone como ejemplo de lo que se tiene  que hacer con el prójimo, al Samaritano que se solidarizó con el que había caído en manos de los ladrones; al doctor de la ley le dice: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,37). Todos estamos llamados a reconocer la deuda que tenemos con los demás en la sociedad y a preocuparnos con visión de futuro, por la creación de condiciones que permitan a todos vivir con dignidad y disfrutar de los bienes de la creación.

 

La economía de Mercado es un sistema sin ética. No tiene visión humanitaria de las personas, para él existen sólo aquellos que tiene posibilidades de producir y de consumir, y esto en función del lucro. Es un sistema que depreda las dos fuentes de riqueza en el mundo: la naturaleza y la persona humana.  

 

 

CONCLUSIÓN

 

Ante esta crisis alimentaria que se manifiesta con una lógica tan inhumana, la solución no puede venir de los países poderosos o de las instituciones internacionales, porque son ellas y ellos los que la causan, no pueden por tanto, creando el problema  tener voluntad de solucionarlo. Ellos, a lo sumo, pueden crear ciertas condiciones que permitan ciertas condiciones de vida. La solución viene de los mismos pobres, quienes con sus pequeñas acciones van ayudándose, con la sabiduría de los pueblos a encontrar caminos de solidaridad y de compartir.

 

Debemos intentar esas acciones solidarias, locales pero con una perspectiva global. Lo peor es quedarnos pasivos contemplando la muerte de millones de pobres en nuestro país y en el mundo. Nuestra fe en Cristo nos interpela y nos empuja al compromiso por la justicia y la vida digna.

 

 

 

 

 

 

 

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